miércoles, 14 de noviembre de 2012

El ‘Teatro’: el Cáncer del Fútbol

“¡Rápido, enfermero! ¡La camilla! ¡La camilla!”, se escucha el jerárquico grito de guerra del galeno mientras él y otras tres personas que durante años se quemaron las pestañas con el opaco reflejo de las hojas de libros médicos de dos kilos de peso cada uno corren con estrépito hacia la maltrecha víctima que se revuelca en el suelo con un visible rictus de dolor, apretando fuerte los ojos y enseñando los dientes. No, no es Siria. Es el ‘teatro’ del que se sabe observado por miles de personas a su alrededor y millones tras las cámaras; el trágico y morboso suceso provocado por un defensa al que durante su barrida le pareció buena idea levantar el pie un poco más de lo acostumbrado para darle ahí, justo ahí, donde duele.
 
23 segundos y medio más tarde, ese que parecía que le habían cercenado un brazo con un machete mal afilado está corriendo como si nada, así nada más, tan campante. Después, valiente como él solo, se impronta a demostrar todo su fútbol y potencia física obviando que momentos atrás pedía con aspavientos que le llevaran al hospital.

El ‘teatro’ de Busquets y Pepe sirvió de inspiración para la campaña publicitaria de una compañía de teatro.
El aficionado futbolero de hoy ya sabe que, por protocolo, cuando por la calle se encuentre a alguien tirado en el suelo y gritando de dolor, lo primero que hay que hacer es preguntarle si es futbolista. Si el atribulado contesta que no, inmediatamente hay que pedir una ambulancia, pero si responde afirmativamente, hay que rociarles cualquier líquido que esté a la mano -agua, de preferencia- con un dispositivo atomizador y listo, problema resuelto. Se levantará y, después de cojear de seis a ocho pasos y evidenciar su dolor con tres o cuatro gestos, caminará, correrá y saltará como si nunca hubiera pasado nada.
 
Si bien es ya una manía habitual de los futbolistas el exagerar -o incluso inventar- su dolor al recibir un golpe, otra cosa muy distinta es que los aficionados de a pie estén acostumbrados a ello. El jugador profesional, tras recibir una falta, casi por reflejo, frunce el ceño en señal de sufrimiento y se lleva las manos a la parte ‘lastimada’. Son conductas institucionalizadas en el comportamiento del futbolista, como reclamarle al árbitro todo lo que pite, gritar indicaciones a sus compañeros como “¡Tira ya!” o “¡Centra! ¡Centra!” aunque sepa que no los escuchan, o escupir al césped de vez en vez.
 
Asimismo, el aficionado tiene sus propias costumbres, como hacer las veces de entrenador profesional con sugerencias tácticas dotadas de una lógica casi irrefutable u opinar con contundencia sobre cada una de las decisiones arbitrales que en principio parecen polémicas, pero ni entiende ni siente el dolor del futbolista ni escupe en el tapete de su sala de forma esporádica.
 
Con excepción de algunos frikis de la higiene, al aficionado le da igual las veces que el futbolista escupa, pero el ‘teatro’ se cuece aparte, no gusta. Es una de esas cosas a las que el hincha de ojo crítico y criterio mínimamente lúcido jamás se va a acostumbrar.


Si alguien encuentra un símil entre esto y el fútbol, que me lo explique.
El fútbol no es un arte (aunque hay algunos [pocos] futbolistas que hacen difícil sostener esta afirmación), y el ‘teatro’ no le enriquece. Que fingir faltas o exagerar el dolor forma parte del fútbol es una de las más grandes falacias de este deporte, es un objeto extraño y casi antagónico que desgraciadamente tiene incrustado. Cuando a uno se le forma un tumor en el cuerpo, está clarísimo que lo que hay que hacer es deshacerlo o extirparlo, sin miramientos ni consideraciones. Pues así, de la misma manera, lo que le urge a nuestro fútbol es someterse a un tratamiento intensivo de quimioterapia ‘anti-teatro’ y curarse de una buena vez de su cáncer.
 
Gracias y hasta otra.

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